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La historia del pueblo hebreo está unida estrechamente a la Biblia (en griego, τα βιβλία, ta biblía, conjunto de libros), que fue redactada entre los siglos IX y II a.C. En ella se volcaron los relatos transmitidos oralmente, por lo cual los hechos históricos fueron mezclados con los religiosos, en los que el pueblo es el elegido por Yahvé (Dios). La Biblia es el testimonio de la vida del pueblo hebreo. Comprende los libros del Antiguo Testamento, que "atestiguan" la alianza que sellaron con Yahvé, y un complemento, el Talmud, escrito por algunos rabinos hacia el siglo III d.C.

Los Patriarcas[]

Unos 2000 a.C., los hebreos se radicaron en la región mesopotámica. Habían sido un pueblo nómada, que se detenía en los lugares cuando estos eran propicios para los cultivos. Los jefes de las tribus eran los patriarcas (del griego patria, "familia", y archos, "jefe, conductor") y gobernaban a sus súbditos con absoluta autoridad. El primer patriarca que aparece como modelo de virtudes es Abraham. Según la Biblia, el mismo Dios se le apareció y le dijo: "Yo te haré jefe de un gran pueblo y te daré a ti y a tus descendientes todo el país de Canaán". Entonces Abraham abandonó la zona de Caldea (Mesopotamia) donde se hallaba y se estableció en la tierra de Canaán (nombre antiguo de Palestina).

Hacia Otras Tierras[]

Entre los patriarcas más destacados estuvieron Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham, y sus doce hijos, que fueron los jefes de las tribus en las que quedaron divididos los hebreos. Jacob, quien libró una lucha con un ángel, fue llamado por éste Israel, "Combatiente de Dios", y de ahí el nombre se extendió a todo el pueblo. Fue durante su patriarcado cuando en Palestina comenzaron a faltar los alimentos, lo que los obligó a trasladarse hacia el valle fértil del Nilo, en Egipto. Durante este tiempo, fueron sometidos a esclavitud por el poder despótico de los faraones. Sin embargo, Dios no los había abandonado y envió a Moisés, a quien le confirió el poder de realizar toda suerte de prodigios, entre los que se cuentan las diez plagas de Egipto y el cruce del mar Rojo. Entonces comenzó el largo peregrinar del pueblo hebreo, a través del desierto, hacia la Tierra Prometida, lo que les llevó 40 años. Durante esta travesía, Dios se hizo presente, y le entregó a Moisés las Tablas de la Ley, que contenían los diez mandamientos del Decálogo. Una vez arribados a la tierra asignada, ocuparon Galilea (al norte) y Judá (al oeste del mar Muerto), y se convirtieron en agricultores sedentarios.

El Estado Unificado[]

Una vez en tierra propia, debieron enfrentar a algunos enemigos para conservar su unidad. Por ejemplo, a los filisteos. Esa circustancia los decidió a elegir un rey. Así Samuel, un juez prestigioso, consagró rey a Saúl, quien a su vez fue sucedido por David (1006 - 966 a.C.), que combatió duramente a los filisteos y fundó la ciudad de Jerusalén, en la que depositó el arca que contenía las tablas de la ley.

A David lo continuó su hijo Salomón (966 - 926 a.C.). Comenzó entonces para el pueblo hebreo una etapa de firme prosperidad, que les permitió vivir con tranquilidad. Jerusalén creció y se convirtió en una ciudad que concentró el intercambio comercial entre Oriente y Occidente, aun con la rivalidad que le oponían en ese terreno los fenicios, los caldeos y los hititas. En Jerusalén, Salomón construyó el primer templo, con los objetos sagrados del culto.

La Decadencia[]

No obstante el próspero gobierno de Salomón, algunas tribus del norte manifestaron su descontento. Su hijo Roboam las enfrentó, pero no pudo evitar que constituyeran, el reino de Israel, con capital en Samaria, en tanto que otras dos tribus formaron el reino de Judá, con Jerusalén como capital (926 a.C.). La crisis se agravó aún más cuando Israel fue sometida por los asirios, en el 722 a.C. Posteriormente, Nabucodonosor Arrasó con la ciudad de Jerusalén (587 a.C.) y los hebreos cayeron como esclavos de los babilonios.

La creencia de los hebreos se afirmaba en la voluntad de un Dios trascendente y soberano, que se impone por sobre todas las cosas. Las idea de Dios no estaba sujeta a ninguna relación mitológica o mágica: Dios preexiste a todas las cosas, es intemporal. Es simultáneamente el bien y el mal, y todo lo creado existe por su sola voluntad y a través de su palabra. Dios exige a su pueblo una conducta humana ajustada a la ley moral. Los hebreos no creían en otras divinidades ni masculinas ni femeninas.

Para sostener esa fe, surgieron los profetas (el que predice por inspiración divina), entre quienes estaban Elías, Isaías, Ezequiel y Daniel, quienes anunciaron la llegada de un Mesías o Salvador.

La fe religiosa ha mantenido la unión del pueblo, a pesar de la acción de los conquistadores, que provocaron el proceso de dispersión por el mundo (lo que se conoce con el nombre de diáspora). Aun así, se han conservado como nación por su fuerte unidad espiritual.

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